Los miembros del grupo compartieron la lectura de
varias obras de este autor como:
-Typee (1846)
-Chaqueta Blanca (1850)
-Moby-Dick (1851)
-Bartleby el escribiente (1853)
-Benito Cereno (1855)
-Billy Budd (1924)
Igualmente se habló de su vida y de cómo sus vivencias personales influenciaron en su obra. Su obra fue mundialmente reconocida después de su muerte.
BARTLEBY
EL ESCRIBIENTE
Por
Alfredo Nicolás Lorenzo
Calzada del Cerro # 1412 apto 10 /
Patria y Auditor, Cerro. Ciudad de la Habana, Cuba
Contacto:
alfredonicolaslorenzo4@gmail.com
http:/alfredonicolaslorenzo.blogspot.com/
Para escribir un ensayo sobre Bartleby
habría que transportarnos a un lugar donde ya no exista el Ser, y darle
cabida razonada a la desaparición entre
la gente, partiendo de una sociedad anónima capaz de desintegrar desde lo más
profundo las mínimas esencias del ser humano. Bartleby es el centro de una
lucha posesiva entre el Ser y la nada, entre el estoicismo propio de quienes
jamás abrieron la boca ni para perturbar el curso normal del aire; sin dolor,
sin angustia existencial, sin piedad, su enfermedad aquí no tiene cura, será
mejor partir.
La obra de Hermann Melville desarrollada a
finales del siglo XIX, en una de las más pavorosas urbes existentes hoy en dia,
plantea un extraño caso de absoluta pasividad ante la iracunda vida cotidiana
de una polvorienta oficina de Wall Street, irrumpiendo la mecánica diaria con
un extraño hombre de preferencias, capaz de hacer ver en el un hipotético
futuro de desconocimiento real y sentirse encartado con un cuerpo rechazado por
el mismo. En forma de espanto invadiría pacíficamente el opaco espacio de la
oficina, y en medio de tan arraigada soledad, se negaría a desalojar dicho
recinto tomándolo como propio y haciéndolo especialmente insignificante,
escogido entre la gran multitud para desvanecerse en aras de la voluntad.
Un viento de desolación y miedo se ve tras
los ojos de quienes crecen entre el cemento, y estiran el cuello a la par de lo grandes edificios;
hay lugares donde mostrarse, donde hacerse famoso, pasar desapercibido,
mendigar, perderse y hasta se puede existir. Somos el reflejo de lo que
construimos, nuestro hábitat es el espejo de nuestro sentido vital, pero cuando
vemos en el un muro de ladrillo, negro por los años y por una enorme sombra
somos, de una manera u otra, presos de la desesperanza y vemos hacia dentro lo jamás
visto por nadie, lo inentendible. Bartleby, el escribiente de Wall Street, recorre su vida entre túneles oscuros
y grietas jamás transitadas, donde pocos se atreven a ver. El es solo el
parpadeo de un ojo, imagen fotográfica de los incrédulos testigos de su existencia,
única prueba razonable de su fisiología concreta. Nuestro personaje de historia
descrita, es fiel reflejo de la humanidad que yace entre el anonimato y el
desconocimiento del otro, cuyo breve proceder es tan siniestro y semejante a la
destrucción de mensajes y deseos, propio de la oficina de Cartas Muertas, donde
se dice que participo.
Para cualquier tipo de pregunta razonable
sobre Bartleby desplazaríamos el uso del cerebro a territorios de la
imaginación y la irracionalidad, donde tiene más salida lo inescrutable que la
visibilidad de Bartleby. Podríamos hurgar muchas historias desgraciadas para
este personaje, dándole razones psicológicas, sociológicas o, si se quiere, hasta
podríamos entrar en sus sueños suministrando un exactísimo diagnostico
psicoanalítico sobre su extraña manera de actuar. ¿Pero, para qué? Ni el mayor
escrutinio sobre su proceder tendría la última palabra. Bartleby surge de entre
el polvo y hace resonar en su interior los oídos sordos de las dolencias
humanas y cuestiona la voluntad entre lo que se tiene que hacer, se debería, se
prefería, se supondría, o lo que jamás se hiciera. Se podría chocar con la
misión de muchos en el mundo cuando las palabras se vuelven mudas y se
difuminan en el aire, qué importancia tiene cualquier modalidad verbal entre
los hombres, si ni siquiera se escuchan
o se ven a los ojos.
Bartleby, comienza así el análisis subconsciente
por parte del narrador ante la actitud de su trabajador: el crecimiento de una
relación inconclusa sin parámetros normales de comportamiento entre Bartleby y
el narrador, donde el primero se limita a preferir no actuar mientras que el
otro no sabe qué manera se le podría hablar. Recién llegado Bartleby, fue
acomodado estratégicamente de tal manera que la mampara verde actuara como
aislante. Pudiera apartar a Bartleby por completo de mi vista, sin alejarlo de mi
voz. Y así, de cierta manera, se combinan el aislamiento con la compañía. A lo
largo de la historia, las relaciones humanas luchan por contar con los últimos
medios de comunicación ¿Pero, para qué?
Si cada vez estamos más solos, combinando la soledad con la compañía de un
escritorio del que se busca liberarse del todo. Es un duro golpe cuando la anti
razón empieza a invadir terrenos conscientes, la confusión y angustia del
narrador son síntomas de la invasión a su vida y su espacio. Embriagado por las
dudas, se adecua para ser presa del lado oscuro del hombre social, huyendo
mezquinamente a la muerte reflejada en por Bartleby, miedoso de darse cuenta
que, por accidente, el mundo construido es un exabrupto de la repetividad y la
anulación del ser, para verse convertido en la ficha exacta de un lugar exacto
y un quehacer exacto. Es la pavorosa muerte en vida, la causante del conflicto
interno que lleva hacia la locura por la que Bartleby nunca encontró sentido,
quizá porque los hechos que realizaba, solo constituían una estructura total
firmada por nadie, allí, la personalidad preferencial de Bartleby no encontró
eco.
Una sociedad cada vez más ensimismada, fanática
de sus logros, es la que más siente miedo ante su propio destino, la
imaginación de Melville no saco un personaje ficticio para llevarlo a la
literatura cotidiana. Valdría la pena reflexionar ante lo que cada dia nos
esforzamos, y cuestionarse la ocupación del tiempo individual, quienes y como
la están manejando. La pérdida de la individualidad entre una sociedad que la
defiende como base del desarrollo es algo duro de aceptar, mas, cuando toca
afrontarla.
La calle de Wall Street debe su nombre, no
a los enormes edificios que hoy la circundan, sino que así era llamada (calle
del muro) por el inmenso muro que no permitía a los esclavos escaparse; de la
errónea creencia sobre el nombre de esta calle y la real, no existe ninguna
diferencia, tanto la gran altura de los muros como las oficinas de los
rascacielos, fueron y son usados de igual forma: para que los esclavos no se
escapen.